La lata de melocotones.
Ayer cene una lata de melocotones en almíbar que llevaba medio año guardando para una ocasión especial, completa, las primeras rodajas entraron enteras, las de a continuación las fui partiendo con una navaja, bebía algo del azucarado elixir y continuaba.
Esto era, por cierto, lo único que pesqué para cenar, lo único para mí insustituible, eso y si hubiera podido hacerme un huevo frito ya me hubiera sentido tan feliz que hubiera dejado el plato para enmarcarlo.
Hay cosas inclasificables, pequeñas porciones de tiempo a las que tenemos que dedicarles toda la atención, de verdad, si me hubieran ofrecido ir de gala a un restaurante de moda, me lo hubiera pensado, a ver; ir como ir, si hay que ir se va, pero la pereza* que me produce salir, cambiarte, ducharte, eso, si lo haces, desplazarte, entrar y saludar, pedir, comerte todo eso y saciarte, pagar, la copa, el puro, volver, dormir si es por ir ya sabemos que vamos, pero esa lata de melocotones… comida así de pie o sentado en el balcón, descalzo y con los pies sucios, entre las macetas de menta y albahaca, beberte ese caldito dulce y espesito hasta que no queda más que el sabor a chapa de una lata vacía, tan sólo un leve eco dentro del recipiente y te ves tan extasiado que te has manchado las calzonas y la barriga, orondo y repleto, al punto del reventón te levantas y te lanzas al fresco del suelo de baldosas como lo haría una elegante sirena sobre el agua.
Y eso que todo ocurre dentro del inmueble habitáculo, nicho de a ratos que es un piso de 50 metros a cuadrados, ese momento en que estas tan sólo que lo único que sientes es hambre, ese momento que llegas y nadie espera con la cena hecha, es cuando recuerdas que tenías la obligación de comprar algo en el “paquistaní”, algo pasado y añejo que aunque no haya caducado siempre lo parece, y nada, abrimos la puerta del armario de la cocina y por mucho que levantemos las bolsas de especias o exploremos la fauna de ajos ya mozos no hayamos nada más que yermas maderas de conglomerado apolillado.
En fin, esto es algo que escribir y que esta noche después de tan suculenta cena derramo sobre el teclado en forma de almíbar, el sueño que ya tiene el mono loco, el sueño ya de caminar bajo el agua… robar instrumentos musicales, romper los tejados desde dentro para poder respirar.
Mañana, desde la turbia realidad y amohinado por todos los que nos exprimen rezaré por volver.
Hélices y sueños.
* Pienso, que a veces la pereza supone una especie de defensa innata del ser humano, yo no sé si los animales disponen de ella cuando les apetece o sólo les dura el rato que tardan en desperezarse y en activar sus sentidos más primarios, lo que si tengo claro es que gracias a ella a veces no te toman por el “pito de un sereno”, ejemplo de ello es cuando te niegas ha hacer algo, por simple ramplonería.
Una vez o dos son suficientes para que te dejen tranquilo y nadie te pida favores que supongan algún gasto extra de energía.
2 comments:
jOER jOSI LA HAS CLAVAO!! AHORA SE PORQUE TU PRIMO SIEMPRE ESTA A LA DEFENSIVA...mARIBEL. BESOTES. MU GUAY LAS FOTOS DEL CAMINO Y TODO LO DEMAS
AQUI TU PRIMO YOGUI TE ACONSEJA QUE PONGAS UNA FOTO DE LA LATA...MAS BESOS
Tres pecados capitales en un solo relato,.me encanta.
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