La simple epopeya del C2
(Carta a una actriz)
Querida gran actriz (y no te
pongo “grandiosa” por no ser pretencioso ante tu imperturbable presencia de
estatua modernista);
Hoy me he acordado de ti, si,
bueno, solamente cuando ha empezado a diluviar, y por eso y para no perder la
ocasión de contarle a alguien que tiene oídos pegados a las orejas la aventura
del impuntual he pensado en plasmarla con la idea de agradarte un ratito y así
secuestrarte unos minutos, y es más, dentro de mi lúgrube telaraña mental y si
le quieres llamar perversión literaria he pensado crear una obra dramática de
corte urbanita, que bien llevada a las tablas por tu empiria y tus dotes para
la representación real de hechos cómico-trágicos espero logrará arrancar un
sonoro aplauso al dramaturgo creador de esta epopeya en el autobús de nombre C2.
Da comienzo así el diluir de
palabras que fatalmente enzarzadas den como mínimo lugar a fertilizar el nacimiento
de una sonrisa en la comisura de tus labios.
Parte 1.
La lluvia.
(En el escenario sonido de
papeles secos y cintas de casette, truenos creados con sierras y luces móviles)
El sonido de los coches
estresados y el chapoteo de la ciudad no daban tregua al respiro, una rata
se cruza por delante de una chica que lleva un paraguas rosa, la rata
sonríe maliciosamente, agarra algo del contenedor y se marcha dando saltitos,
al poco, vuelve a cruzar a por más comida, un viejo que pasa por allí al ver la
congoja de la chica persigue al animal a paraguazos (hay que buscar un
actor lo más parecido a una rata). Paso por delante de todo como si me diera
igual, y tanto, ayer fue mi cumpleaños (esto no tiene nada que ver y resulta
improcedente pero aprovecho para decirte que es la única ocasión de la que
dispongo para sacarle un café gratis a alguna distraída camarera) y lo pasé en
el Pont du Poisson, en la frontera ,
fotografiando un bucólico puentecito de piedra, algunas veces mi trabajo
sobrepasa la realidad de la más pura y estresante oficina al
idealizado paisaje pictórico de las costumbristas montañas.
Después de sortear charcos,
hacer equilibrismos sobre las deslizantes baldosas que cubren esta mojada
ciudad (alguien pasa a mi lado a gran velocidad, observo que no lleva patines...)
logro llegar a la marquesina donde hoy no hay cartel nuevo para ensoñarse, ni
de perfumes ni de cine en estreno, la gente que espera es la de siempre, tan
sólo un trueno ilumina las caras de cera de todos ellos, es sobrecogedor... son
ciudadanos adaptados al cemento, sobreviven entre combustión y metal, no hay
brillo en sus ojos, pienso en mí, pienso en la rata.
Parte 2.
El Bus.
(Habría que crear un sistema
que hiciera un escenario flotante que se mueva bruscamente y una pantalla
detrás y otra delante del conductor con imágenes de carreteras y curvas... a
ser posible en un blanco y negro donde se aprecien a ratos niños que corretean
persiguiendo a la cámara).
He vuelto a ceder el paso a
todo el mundo y he vuelto a comprobar que al subir al impuntual no queda
asiento por mi zona favorita, me desplazo a las traseras, a la zona de los
estudiantes y rezagados de la noche metropolitana, huele a micción y bodega. En
los primeros 15
kilómetros el viaje transcurre como siempre, se lee, se
duerme, se desean los cochazos que nos adelantan...
El conductor se me antoja
sabio y experimentado por el blanco color de su pelo, se le vé decidido cuando
observo que radia su voz con un invisible compañero y de pronto cambia su ruta
habitual ya que el túnel de acceso a Hellville está colapsado por el tráfico y
la lluvia. Es entonces cuando advierto ciertas caras de preocupación, rostros
de "algo me saca de lo habitual", miran los móviles, otean y husmean
el paisaje como algo diferente, no reconocen estos nuevos decorados, ya están
atrapados en la aventura... me regocijo en mis adentros.
Los que despiertan de su
sueño cotidiano se incorporan ignorando que tardaran una hora más en llegar a
su destino, a sus trabajos, a sus puestos de oficina... a sus pizarras,
como las maestras de primaria que se reúnen entorno al pasillo, parece que
cuchichean, el conductor se rasca la cabeza porque se da cuenta de que el motín
está próximo, de que las preguntas le caerán como caen los rayos de esta mañana
invernal.
Ha decidido, después de
consultar a la centralita cambiar la ruta por el colapso del túnel, su ruta
ahora es más enrevesada si cabe, por ahorrar tiempo intentará entrar por la
cuesta Sant Cough en el mismo centro de Hellville, ante está negra y embarazosa
situación va contestando uno a uno a los pasajeros más despiertos, a todos
menos a un paquistaní que detrás mía parece dormir felizmente y
no se ha dado cuenta de nada, me pregunto si sueña con jardines
de Cachemira y rosales hartos de perfume.
Parte 3.
La cuesta Sant Cough
Ahí está, sin horizonte
alguno, se pierde en la vista nublada del cielo encapotado y truculento, la
cuesta Sant Cough es la cuesta más empinada y grande de la ciudad del marasmo,
es posible subirla, pero a gatas, supera el ángulo de 45 grados y corre la
leyenda que los motores que intentan subirla acaban en oscuros talleres, donde
el aceite se les seca sin remedio ni reparo. En tiempos de nevada si dejabas
rodar una moneda de céntimo desde arriba verías con asombro como se iba convirtiendo
en una gran bola de nieve que destruía a su paso todo resquicio de navidad.
Así que nuestro "driver"
se dispone a subirla con un autobús articulado, ochentero y cargado de
incrédulos que llaman a sus trabajos contando la pericia, algunas llaman a sus
madres... y digo algunas porque en este habitáculo sólo estamos tres hombres,
uno de ellos dormido, el otro asediando al conductor e intentando entrar en el
altar de los mártires que pagan religiosamente sus impuestos, el típico que
sujeta su bolso y el de su señora con fuerza cuando por casualidad se ha
perdido en el Raval, y finalmente el último; que observa desde su puesto, que no tiene a
nadie junto a él para reírse de la situación, que se lo pasa pipa
porque ha estado en situaciones peores (ayer mismo bajó con un cacharro
averiado una cuesta de 30 Km.
sin gasolina y en cuarta, sin haber comido en todo el día y silbando algo de los
Rolling).
Con todo esto el autobús
empieza su temple con la cuesta, aparece el humo blanco que indica el estado
carbonizado de su interior, derrapa, lucha, la refriega comienza a asustar a la
pasajería que se mueve inquieta hacia la cabina, abandona sus asientos y se
quieren bajar, el impuntual que durante siete años ha transportado ilusiones y
desasosiegos, que ha sacado de la urbe a tantas personas no puede subir y
se queda bloqueado en medio de la cuesta, nuestro conductor lo intenta y
persiste, suenan bocinazos, está en juego su trabajo y su reconocimiento,
su hoja de servicios tachada por la cuesta Sant Cough.
Parte 4. FIN
Los héroes.
(Aquí habría que maquillar al
actor principal, bigote pequeño, aire chulesco, pañuelo al cuello,
vista hacia horizontes perdidos, rollo Elrol Flyn)
Te hablaba del pasajero que
no se mueve de al lado del conductor, ese es mi héroe, le da aliento y persiste
en ayudar en lo que sea, el conductor suda más por el agobio de este tipo que
por la máquina que maneja, hay un momento ideal, de generales al mando del
timón de un buque que se hunde. El conductor toma una decisión drástica,
retroceder, una retirada a tiempo es una batalla ganada, es entonces cuando
hace participe a nuestro héroe, por pesado más que por necesidad hace caso a su
petición de abandonar el barco y dirigir el tráfico desde la calle, se aposta
detrás de la maquina, que nadie corra riesgos, ¡y con lo que llueve!, ese
hombre se está empapando hasta los huesos por ayudar en esta empresa, ¡se
merece una medalla!, si, se la merece, piensan seguro los albañiles que
observan desde su colgado andamio la particular maniobra, mientras tanto,
en el interior, el otro hombre sigue soñando con cachemira y el que calla,
ahora charla tranquilamente con el grupito de profesoras, que
ante sus historias se van calmando y van tomando algo de color, y porque
no hay mueble bar y algo de música ambiente en el bus que si no...
El autobús sufre la epopeya y
finalmente tras una hora de toreo en un ruedo mojado queda liberado de la
cuesta, tuerce y se adentra por otra dirección a la ciudad, por fin retoma
su camino, avanza con fuerza contra el viento. El héroe anónimo se ha
integrado en la comunidad, está satisfecho, inflado y tristemente nadie le
ha dado ni las gracias… no hay medallas, se apeará en la próxima parada y
contará su aventura en la office, será el protagonista del día, un día para
recordar, su mujer le recibirá con los brazos abiertos, retornará a la
redundancia del lunes...
Todo el mundo ha acabado
charlando, contándose vicisitudes en las casi dos horas que durado la odisea,
ya no eran rostros sin ánima, han pasado juntos una interesante
mañana. Algunos han descubierto cuanta intriga había hacia su persona
por parte de las profesoras, y el que duerme... el autobús ha proseguido con el
que duerme... ¿estaría de verdad dormido?
Se cierra el telón.
Bueno guapísima, espero que
te la hayas pasado bien, era sólo mi intención, y también, como no, pasar el
rato escribiendo esto mientras espero que me llegue un informe... en la office.
Tu admirador del palco.
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